Dejo pasar el día como el que mira correr el agua del río. A ratos escucho la radio, a ratos la apago para escuchar los pájaros y el viento. Me como el bocadillo sentado en una piedra entre los arbustos, mirando los sembrados y el cielo otoñal llenándose poco a poco de nubes para demostrarme que aquella jornada luminosa es solo un espejismo y mañana volverá ese invierno que aguarda agazapado a la vuelta de la esquina.
Pienso en el trabajo, claro que sí, de vez en cuando los acontecimientos recientes vuelven a dar vueltas en mi cabeza y una pequeña punzada de angustia me perfora la boca del estómago y me pregunto qué va a ser de mi vida a partir de ahora. Tengo 39 tacos, mi curriculum no es precisamente envidiable, y el mercado está repleto de jovencitos con traje que a sus veinticinco ya llegan con carreras, masters, idomas y el deseo sanguinario de pulverizar todo lo que se les ponga por delante. Me visualizo en la cocina de una hamburguesería friendo patatas, vestido con un uniforme superchungo, con grasa hasta en las cejas y cobrando una miseria.
Siento ganas de llorar.
Miro el campo, me relajo.
En esas largas horas de no hacer más que esperar, me llama Carlos, cómo no, pero decido no contestar. A la tercera, desconecto el teléfono y lo tiro debajo del sofá del copiloto de la furgo.
Estoy empezando a sopesar seriamente la idea de recorrer los 300 kilómetros que me separan de casa de mi madre y exclamar "he vuelto para una temporadita", cuando a eso de las seis de la tarde un Seat Ibiza blanco aparece despacito por la otra punta del área y se detiene allí.
Ojos Azules, coño.
Echo a correr por el asfalto en su dirección, tratando de no parecer ansioso pero en el fondo desesperado por levantar ese día tan aciago, porque creo que justo lo que necesito es follarme a ese tío. A fin de cuentas, ¿no fue todo de mal en peor desde que le dejé escapar sano y salvo antes de ayer? Mi mente establece la loca conexión de que mi mala suerte se romperá si remato la tarea que empecé y no terminé por vete a saber que tonterías.
En contra de lo esperado, cuando me ve acercarme arranca de repente y pasa a mi lado a toda velocidad, quizás porque cree que soy un loco peligroso.
- ¡Eh, joder! ¡No puedes hacer esto! ¡Llevo todo el maldito día esperando, párate a decirme por lo menos buenas tardes, cabrón!
No creo que haya podido oírme pero quizás ha visto mi expresión desesperada por el espejo retrovisor, porque se detiene justo en la salida, casi en el mismo punto donde le vi por primera vez. Luego se baja del coche y me espera con las manos en los bolsillos de los vaqueros, un poco tenso.
A la luz del día veo que Ojos Azules está mucho mejor de lo que intuí en la penumbra. Es tan alto como yo, no da sensación de tener un kilo de más ni de menos y tiene los hombros anchos de un nadador. En cierto modo es casi mi perfecto negativo, porque así como yo soy de pelo y ojos negros pero piel muy blanca, Ojos Azules tiene el cabello castaño claro, la mirada a juego con el cielo de la tarde y la piel ligeramente bronceada, como si tuviese un trabajo al aire libre o acabara de volver de vacaciones.
Su sonrisa también es luminosa aunque vacila un poco al saludar.
- Hola. Tu eres el de la otra noche, ¿verdad? -me dice-.
Avanzo con tanta determinación que recula un poco hasta chocar contra su coche. No entiende que no pretendo darle conversación ni que nos lleguemos a conocer mejor, ni siquiera quiero ser su amigo.
-Abre la puerta-le digo al llegar junto a él señalando el Ibiza con un movimiento de cabeza-.
- ¿Qué puerta?
- La del coche, cual va a ser. Una de las de atrás, así estarás más cómodo.
Me mira un segundo con indecisión valorando quizás la posibilidad de salir corriendo otra vez, pero en su lugar me obedece y hace lo que le digo. Sin demasiada brusquedad pero con una firmeza que no admite vacilaciones, le empujo adentro hasta dejarle tumbado boca arriba, después le desabrocho los pantalones y tiro de ellos hasta sus tobillos. Sus muslos son fuertes y están recubiertos de un vello casi rubio sobre la piel tostada. No puedo decir que sus calzoncillos me impresionen ( no después de los Clavin Klein de Carlos ), pero sí lo hace la forma gruesa y alargada que se va perfilando bajo el algodón blanco.
- Vaya rabo -exclamo lanzando un silbido-.
Ojos Azules deja de mirar el capó de su coche y levanta la cabeza para dedicarme un divertido gesto de disculpa, como si aquello fuese un problema que él no pudiera solucionar. Tengo que reirme un poco al verlo.
- Bueno-bueno, no pasa nada, veremos si podemos apañarnos.
Tiro del elástico del calzoncillo hacia abajo y compruebo que el instrumento satisface todas mis expectativas. Lo rodeo despacio con mis dedos para sentir su calor en la palma de mi mando y Ojos Azules dice:
- ¡ooh-aaah!
Y eso que todavía no hemos empezado.
El sol inunda el interior del Seat de un insólito resplandor rojizo cuando me introduzco aquello en la boca, dejando resbalar mis labios sobre su piel con suavidad y firmeza. Ojos Azules eleva las caderas ( "¡oooh-aaaah!") y me agarra del pelo, esta vez sin tantos miramientos como la otra noche, puede que porque ha aprendido la lección o puede que desee asegurarse de que no voy a dejar de hacer lo que estoy haciendo. Una precaución innecesaria porque desde luego, no pienso parar. Empiezo a mamársela con entrega y energía, encantado de tener aquel ejemplar de película sólo para mi, Ojos Azules comienza a mover la pelvis adelante y atrás acompasándose con mis movimientos y yo, en recompensa, le meto un dedo entre las nalgas ( ¡"oooooooooh"!) e inicio ahí una ardua labor. Ardua porque mi partenaire contrae los músculos al notar la invasión de sus espacios privados y no parece dispuesto a facilitar mis avances, todo lo contrario, aquello empieza a parecerse más a un intento de entrada en Fort Apache que a una sencilla estimulación anal básica.
- Aprende a relajarte, coño, que me vas a cascar una uña.- ordeno sacándome de momento su aparato de la boca- ¿es que no te gusta?
Ojos Azules parece a punto de decir algo sensato cuando de pronto una voz detrás mío pregunta:
- ¿Hay sitio para uno más?
Ojos Azules recula dándose una buena hostia con el cristal de la otra ventanilla, dejándome a mi con el dedo en ristre como si estuviese sermoneando a alguien. Me vuelvo a ver quien nos está cortando el rollo de esa forma y resulta ser el Pollero, un tío al que llamo así porque trabaja en una granja de pollos a quince kilómetros del área y siempre pasa por allí a darse una alegría al cuerpo antes de volver a casa con su mujer y sus dos niñitos. Yo he pasado buenos ratos en la furgoneta del Pollero porque aunque huele a caca de gallina, está bastante bueno y la chupa de maravilla, pero ahora no es a él a quien quiero rondando por allí, de hecho no quiero a nadie. Pero el Pollero ha olido la carne fresca, ha avistado sin duda la entrepierna de Ojos Azules y su instinto depredador de chupapollas no le va a hacer desistir fácilmente de su empeño.
- Oye, en este momento no eres bien recibido -le digo sacando el cuerpo del coche y enfrentándome a él-. Otro día quizás, ahora quisiéramos estar solos...
El Pollero finge un pucherito con los labios mientras se magrea el paquete, como si así pudiera llegar a convencerme. El tío es moreno, permanentemente mal afeitado y con una cara de chulo que no puede con ella, es decir, el prototipo de macho que en condiciones normales me pone bastante. Es un buen recurso para momentos de apuro y no quiero indisponerme con él, por eso trato de pensar un sistema de largarle sin herir su sensibilidad -en el caso de que elementos como El Pollero dispongan de tal cosa-, cuando de pronto le veo que mira algo por encima de mi hombro con un gesto de ligera curiosidad.
Me vuelvo y veo que es Ojos Azules. El muy jodido se ha sentado tras el volante del Seat a la velocidad del rayo y pretende arrancar.
- ¡Ni se te ocurra! -grito-.
Antes de que él o el Pollero puedan reaccionar, me cuelo en el asiento del copiloto, cierro la puerta y resoplo:
- Vale, si quieres nos vamos a otro sitio pero no voy a dejar que te escapes otra vez.
Ojos Azules se vuelve sosteniéndome la mirada unos instantes, luego sin decir nada pone en marcha el vehículo y nos vamos, no sé donde pero nos vamos, los dos, juntos...
Que inoportuno llega el tal Pollero, ' si total no habían hecho más que empezar !, no me extraña la reacción de ojos azules, aunque espero que no haya renunciado a tu polvo.
ResponderEliminarEso es algo inevitable y estás alargando su momento pero ya tengo ganas de ver como os comportais en tal situación , los dos y aunque a ti en principio solo te interesa lo que ves, creo que habrá lago más, ya veremos por donde me sales Sr. Ángel.
Besos y achuchones.
No hay manera, de una forma u otra siempre tienen que quedarse a medias y eso que tu no te andas por las nubes y vas directaente al grano ¡ al menos preguntale como se llama !, pues yo pienso que eso de ojos azules y además con su atributo más que apañao va a dar mucho juego ( o a darte ) , ya veremos pero esto se pone muy, pero que muy interesante.
ResponderEliminarBesotes....majete
No debemos desviar el protagonismo, el narrador solo narra, no está involucrado en el asunto, queridos comentaristas y amigos. El Sr. Angel contempla la escena desde la barrera, por decirlo de algún modo, jeje. Una vez más, gracias por vuestro tiempo y vuestras palabras, a ambos.
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