viernes, 5 de noviembre de 2010

23



La salida del hospital es como la de una star de Hollywood intentando pasar desapercibida ante la prensa con los guardaespaldas alrededor:  yo en el papel de star ( starlette ) con gafas de sol, gorra de visera y un chandal negro baratillo que Helga me consiguió por dos perras en una tienda de la Cadena Q y con el que doy la sensación de estar a punto de meterme a la cama o recien levantado de la misma, como es el caso. De guardaespaldas, la gran Helga con otro chandal pero en tono rosa chicle y unas gafas con los cristales en forma de corazón directamente sacadas del cajón de complementos de una Barbie de dimensiones apocalípticas. Junto a ella me siento como uno de esos pequeños peces piloto que nadan junto al lomo de un enorme tiburón blanco: inadvertido y a la vez seguro. Me pregunto qué será de mi cuando ella me deje definitivamente a mi suerte y tenga que bandeármelas solo por el mundo.
Ahí fuera el día es templado y soleado, y los árboles están llenos de yemas verdes. Helga me ve mirar las ramas con cara de bobo y suspira audiblemente, quizás no muy convencida de que esté yo preparado para salir ahí fuera a enfrentarme con la vida.
- Ese es mi coche, pollito. Eche la bolsa al maletero y ponga el culo en el asiento del copiloto.
Me quedo estupefacto al ver un minúsculo seiscientos de color manzana al que calculo como mínimo cuarenta años de antigüedad. Cuarenta años llevando a Helga de un sitio a otro se me antoja el padecimiento de uno de los siete círculos del infierno, pero como no estoy seguro de que mi protectora valore positivamente alguna observación sobre la relación aterradora que se mantienen ahí entre espacio del habitáculo y volumen del conductor, obedezco sin decir esta boca es mía y me aprieto contra la puerta de salida cuando ella comienza a introducir su gran humanidad en el vehículo. Al terminar, un poco sudorosa, me dirige una mirada aterradora y gruñe:
- Bien. Usted dirá. Espero que no sea demasiado lejos, esto se calienta que da gusto.
- Yo le voy diciendo -contesto intentando sonreir- No le pise demasiado y conduzca con precaución, no quiero desgraciarme otra vez en mi día de estreno.
Helga pone los ojos en blanco en plan eso-no-hace-falta-ni-decirlo y nos ponemos en marcha...

...treinta minutos después nos encontramos en una carretera secundaria rodeados nada más de prados verdes y pájaros risueños, con el seiscientos echando humo y Helga dando patadas al pobre trasto mientras masculla maldiciones poco propias de una señora.
- Lo siento -murmuro tragando saliva-...es culpa mía, ¿verdad?
- Deje de decir que lo siente, cariño, o le ataré una cuerda al pescuezo y volveremos a la ciudad con usted tirando del coche, ¿entendido? ¿capisci?
- Capito.
Helga se cruza de brazos y queda mirando el coche como si este fuese a darle una explicación del porqué de las cosas. Como suele ocurrir en el campo, solo se oye por ahí a unos cuantos pájaros de cachondeo y la brisa ligera haciendo ondular la hierba.
Cuando el sol está empezando ya a hacerme sudar debajo de la visera, pregunto bajito:
- Y, ¿qué hacemos?
- Yo le he traído hasta aquí, cariño, y no me gusta dejar las cosas a medias. Encontraremos una forma de salir de este atolladero, ya lo verá...-parece seguir pensando mientras se seca la película de gotitas de sudor que se le forma en el poblado labio superior, de pronto dilata las pupilas y grita- ¡Cielos, un lugareño!
Me vuelvo a mirar y veo que en efecto, por la polvorienta carretera se acerca un paisano montado en bicicleta.
- ¡EH! ¡ESTAMOS AQUÍ! -grita la gran Helga tal cual si estuviésemos en una isla en medio del Pacífico y una avioneta nos estuviese sobrevolando- ¡EE-OOO!
El lugareño, sin duda conmocionado ante la vista de mi protectora dando saltos en medio de la calzada como un enorme globo aerostático de color rosa practicando un aterrizaje forzoso, se detiene, vacila un momento y por fin pega media vuelta y emprende la huida.
- ¡Pero si será...!-barbota Helga roja de ira. Me dedica una momentánea mirada maternal y susurra- Usted no se mueva de aquí, ¿de acuerdo? Enseguida vuelvo.
Luego emprende una carrera aterradora por lo que supone ver un organismo de semejantes dimensiones al galope, nadie diría que ella fuera a poder poner en marcha su generosa masa corporal pero, sorpresa, en unos segundos alcanza velocidad de crucero y desaparece tras una pequeña loma tras el ciclista.
Unos segundos interminables de trinos pajariles y mucho silencio.
"¡Aaaah!", oigo gritar por fin a lo lejos.
Otros cuantos segundos después aparece la gran Helga arrastrando con una mano la bicicleta y con la otra al lugareño, un hombrecillo sin duda jubilado hace mucho tiempo que chilla como un ratón repitiendo todo el rato "¡no me haga daño, no me haga daño!". 
- Escuche -le dice con voz dulce Helga pero agarrándole con una de sus manazas por la garganta-, nadie va a hacerle daño. Nos hemos quedado tirados y necesitamos ayuda., ¿no lo ve? ¿O es usted de esos que ven a alguien en apuros y miran para otro lado?
- ¡Nooo, nooo!
- Estupendo. Me llamo Helga y soy enfermera, no se alarme, está usted en buenas manos. ¿Hay algún pueblo cerca de aquí? Seguro que sí. Con este trasto no creo que haya venido de muy lejos, ¿verdad?
- ¡Siii, siii!
- Bien, pues vamos a organizarnos. Alguien debe quedarse con mi coche mientras buscamos la ayuda -dice Helga como para sí misma-...yo no puedo montar en esa bicicleta, pero si dejo que el viejito se largue es muy probable que no vuelva...que tal, pollito, ¿se ve en condiciones de pedalear un rato hasta encontrar el pueblo que dice este tipo?
- Supongo que sí -respondo encogiéndome de hombros. Luego señalo al hombre y añado- Pero suéltele el cuello, mujer, que se está poniendo morado y no podrá darnos indicaciones.
Helga se mira la mano como si no recordara lo que sujeta allí, compone un gesto de sorpresa y deja caer al señor al suelo cacareando unas disculpas que suenan casi sinceras. Helga, sin duda, no es consciente de sus propia fuerzas.
Cuando el abuelito recupera el aliento, consigue explicar que el pueblo está a unos veinte minutos de pedaleo suave, y que además cuentan con un taller mecánico y una grúa para auxiliarnos, de manera que obedecemos todos a Helga ( ¡como no hacerlo! ): el buen señor queda sentado a la sombra del seiscientos y yo me pongo en marcha no sin que mi enfermera particular me señale con su dedo índice advirtiéndome:
- Nada de correr. No tenemos prisa, ¿de acuerdo? Yo ya que estoy voy a tomarle la tensión a este señor, que me parece está un poco sofocado. ¿Le parece bien, caballero?
El caballero me mira con ojos lastimeros como si Helga hubiese anunciado que iba a trincharlo como a un cerdo asado, yo intento sonreirle tranquilizadoramente para hacerle ver que no va a sucederle nada y me arranco a pedalear en la dirección indicada...
...por un momento en ese mundo azul arriba y verde abajo con el calor del sol sobre mi espalda alcanzo un instante de paz perfecta, todo lo que me preocupa, pasado y futuro, desaparecen y solo quedo yo recorriendo ese camino como si fuese el último hombre sobre la faz de una tierra hermosa y perfecta.
De pronto llego a un desvío que reconozco: el que lleva a planeta-gallinero, el lugar donde habita o habitaba Ojos Azules...
Con el corazón repentinamente acelerado, olvido a Helga, al viejecito y al seiscientos, y me lanzo por ese camino tan familiar de vuelta a lo que en un momento estuvo tan cerca de ser mi hogar...


2 comentarios:

  1. Dos cosas con las que me he reído: la barbi de dimensiones apocalípticas. No he podido evitar imaginarme a Helga encaramada en plan king kong un rascacielos. La otra, la escena de Helga cogiendo inercia, los trinos de los pájaros (imagino la cara bobalicona del prota) y el grito de la pobre presa cazada por el ave de presa o por el tren de mercancías descarrilando, según como se mire.

    Ahora, camino de gallinero land, espero a ver lo que sucede. Se casarán, por otro lado, Helga y el entrañable ciclista de la tercera edad.

    Muy bueno tío.

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  2. Es que es buenísimo, a mí se me acaban los elogios, en serio. Menos mal que no se me acaba la sorpresa. Ni las carcajadas. Esa Helga, por favor, esa Helga!!!

    "Unos segundos interminables de trinos pajariles y mucho silencio". Fabuloso.

    Un besote, artista.

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