sábado, 17 de julio de 2010

7


Dejo pasar el día como el que mira correr el agua del río. A ratos escucho la radio, a ratos la apago para escuchar los pájaros y el viento. Me como el bocadillo sentado en una piedra entre los arbustos, mirando los sembrados y el cielo otoñal llenándose poco a poco de nubes para demostrarme que aquella jornada luminosa es solo un espejismo y mañana volverá ese invierno que aguarda agazapado a la vuelta de la esquina.
Pienso en el trabajo, claro que sí, de vez en cuando los acontecimientos recientes vuelven a dar vueltas en mi cabeza y una pequeña punzada de angustia me perfora la boca del estómago y me pregunto qué va a ser de mi vida a partir de ahora. Tengo 39 tacos, mi curriculum no es precisamente envidiable, y el mercado está repleto de jovencitos con traje que a sus veinticinco ya llegan con carreras, masters, idomas y el deseo sanguinario de pulverizar todo lo que se les ponga por delante. Me visualizo en la cocina de una hamburguesería friendo patatas, vestido con un uniforme superchungo, con grasa hasta en las cejas y cobrando una miseria.
Siento ganas de llorar.
Miro el campo, me relajo.
En esas largas horas de no hacer más que esperar, me llama Carlos, cómo no, pero decido no contestar. A la tercera, desconecto el teléfono y lo tiro debajo del sofá del copiloto de la furgo.
Estoy empezando a sopesar seriamente la idea de recorrer los 300 kilómetros que me separan de casa de mi madre y exclamar "he vuelto para una temporadita", cuando a eso de las seis de la tarde un Seat Ibiza blanco aparece despacito por la otra punta del área y se detiene allí.
Ojos Azules, coño.
Echo a correr por el asfalto en su dirección, tratando de no parecer ansioso pero en el fondo desesperado por levantar ese día tan aciago, porque creo que justo lo que necesito es follarme a ese tío. A fin de cuentas, ¿no fue todo de mal en peor desde que le dejé escapar sano y salvo antes de ayer? Mi mente establece la loca conexión de que mi mala suerte se romperá si remato la tarea que empecé y no terminé por vete a saber que tonterías.
En contra de lo esperado, cuando me ve acercarme arranca de repente y pasa a mi lado a toda velocidad, quizás porque cree que soy un loco peligroso.
- ¡Eh, joder! ¡No puedes hacer esto! ¡Llevo todo el maldito día esperando, párate a decirme por lo menos buenas tardes, cabrón!
No creo que haya podido oírme pero quizás ha visto mi expresión desesperada por el espejo retrovisor, porque se detiene justo en la salida, casi en el mismo punto donde le vi por primera vez. Luego se baja del coche y me espera con las manos en los bolsillos de los vaqueros, un poco tenso.
A la luz del día veo que Ojos Azules está mucho mejor de lo que intuí en la penumbra. Es tan alto como yo, no da sensación de tener un kilo de más ni de menos y tiene los hombros anchos de un nadador. En cierto modo es casi mi perfecto negativo, porque así como yo soy de pelo y ojos negros pero piel muy blanca, Ojos Azules tiene el cabello castaño claro, la mirada a juego con el cielo de la tarde y la piel ligeramente bronceada, como si tuviese un trabajo al aire libre o acabara de volver de vacaciones.
Su sonrisa también es luminosa aunque vacila un poco al saludar.
- Hola. Tu eres el de la otra noche, ¿verdad? -me dice-.
Avanzo con tanta determinación que recula un poco hasta chocar contra su coche. No entiende que no pretendo darle conversación ni que nos lleguemos a conocer mejor, ni siquiera quiero ser su amigo.
-Abre la puerta-le digo al llegar junto a él señalando el Ibiza con un movimiento de cabeza-.
- ¿Qué puerta?
- La del coche, cual va a ser. Una de las de atrás, así estarás más cómodo.
Me mira un segundo con indecisión valorando quizás la posibilidad de salir corriendo otra vez, pero en su lugar me obedece y hace lo que le digo. Sin demasiada brusquedad pero con una firmeza que no admite vacilaciones, le empujo adentro hasta dejarle tumbado boca arriba, después le desabrocho los pantalones y tiro de ellos hasta sus tobillos. Sus muslos son fuertes y están recubiertos de un vello casi rubio sobre la piel tostada. No puedo decir que sus calzoncillos me impresionen ( no después de los Clavin Klein de Carlos ), pero sí lo hace la forma gruesa y alargada que se va perfilando bajo el algodón blanco.
- Vaya rabo -exclamo lanzando un silbido-.
Ojos Azules deja de mirar el capó de su coche y levanta la cabeza para dedicarme un divertido gesto de disculpa, como si aquello fuese un problema que él no pudiera solucionar. Tengo que reirme un poco al verlo.
- Bueno-bueno, no pasa nada, veremos si podemos apañarnos.
Tiro del elástico del calzoncillo hacia abajo y compruebo que el instrumento satisface todas mis expectativas. Lo rodeo despacio con mis dedos para sentir su calor en la palma de mi mando y Ojos Azules dice:
- ¡ooh-aaah!
Y eso que todavía no hemos empezado.
El sol inunda el interior del Seat de un insólito resplandor rojizo cuando me introduzco aquello en la boca, dejando resbalar mis labios sobre su piel con suavidad y firmeza. Ojos Azules eleva las caderas ( "¡oooh-aaaah!") y me agarra del pelo, esta vez sin tantos miramientos como la otra noche, puede que porque ha aprendido la lección o puede que desee asegurarse de que no voy a dejar de hacer lo que estoy haciendo. Una precaución innecesaria porque desde luego, no pienso parar. Empiezo a mamársela con entrega y energía, encantado de tener aquel ejemplar de película sólo para mi, Ojos Azules comienza a mover la pelvis adelante y atrás acompasándose con mis movimientos y yo, en recompensa, le meto un dedo entre las nalgas ( ¡"oooooooooh"!) e inicio ahí una ardua labor. Ardua porque mi partenaire contrae los músculos al notar la invasión de sus espacios privados y no parece dispuesto a facilitar mis avances, todo lo contrario, aquello empieza a parecerse más a un intento de entrada en Fort Apache que a una sencilla estimulación anal básica.
- Aprende a relajarte, coño, que me vas a cascar una uña.- ordeno sacándome de momento su aparato de la boca- ¿es que no te gusta?
Ojos Azules parece a punto de decir algo sensato cuando de pronto una voz detrás mío pregunta:
- ¿Hay sitio para uno más?
Ojos Azules recula dándose una buena hostia con el cristal de la otra ventanilla, dejándome a mi con el dedo en ristre como si estuviese sermoneando a alguien. Me vuelvo a ver quien nos está cortando el rollo de esa forma y resulta ser el Pollero, un tío al que llamo así porque trabaja en una granja de pollos a quince kilómetros del área y siempre pasa por allí a darse una alegría al cuerpo antes de volver a casa con su mujer y sus dos niñitos. Yo he pasado buenos ratos en la furgoneta del Pollero porque aunque huele a caca de gallina, está bastante bueno y la chupa de maravilla, pero ahora no es a él a quien quiero rondando por allí, de hecho no quiero a nadie. Pero el Pollero ha olido la carne fresca, ha avistado sin duda la entrepierna de Ojos Azules y su instinto depredador de chupapollas no le va a hacer desistir fácilmente de su empeño.
- Oye, en este momento no eres bien recibido -le digo sacando el cuerpo del coche y enfrentándome a él-. Otro día quizás, ahora quisiéramos estar solos...
El Pollero finge un pucherito con los labios mientras se magrea el paquete, como si así pudiera llegar a convencerme. El tío es moreno, permanentemente mal afeitado y con una cara de chulo que no puede con ella, es decir, el prototipo de macho que en condiciones normales me pone bastante. Es un buen recurso para momentos de apuro y no quiero indisponerme con él, por eso trato de pensar un sistema de largarle sin herir su sensibilidad -en el caso de que elementos como El Pollero dispongan de tal cosa-, cuando de pronto le veo que mira algo por encima de mi hombro con un gesto de ligera curiosidad.
Me vuelvo y veo que es Ojos Azules. El muy jodido se ha sentado tras el volante del Seat a la velocidad del rayo y pretende arrancar.
- ¡Ni se te ocurra! -grito-.
Antes de que él o el Pollero puedan reaccionar, me cuelo en el asiento del copiloto, cierro la puerta y resoplo:
- Vale, si quieres nos vamos a otro sitio pero no voy a dejar que te escapes otra vez.
Ojos Azules se vuelve sosteniéndome la mirada unos instantes, luego sin decir nada pone en marcha el vehículo y nos vamos, no sé donde pero nos vamos, los dos, juntos...

miércoles, 14 de julio de 2010

6


Me despierto dentro del coche con la cara aplastada contra la ventanilla. Estoy aparcado en el Parque Lineal en medio de unos chopos ya sin hojas, con el morro mirando al río que a esa hora de la mañana aparece envuelto en niebla, brumoso e irreal.
Descubro que tengo los pantalones bajados hasta mitad de los muslos, parece que a última hora decidí acercarme aquí para un consuelo rápido y después me quedé tan relajado que no fui capaz de volver a casa. Paso un rato intentando recordar con claridad algo de lo ocurrido después de pasar por el área y no lo consigo, tengo un persistente dolor de cabeza, la boca reseca y una inquietante sensación de vómito inminente en el estómago. Quizás al volver a la ciudad bebí unas copas más, luego vine aquí y quien sabe a quien monté al coche para que me la mamase y aliviar un poco la tarde de frustraciones que llevaba encima...
...con un súbito golpe de inquietud me hecho mano a los bolsillos de la cazadora y compruebo que, en efecto, me han levantado la cartera.
"Y supongo que puedo darme por satisfecho con que no me hayan dejado tirado en el cesped y llevándose también la monovolumen", me digo intentando buscar consuelo a la vez que trato de recordar qué llevaba en su interior que exigiese algún tipo de intervención inmediata por mi parte. En algún momento de sensatez creía haber introducido en la agenda del teléfono el número al que avisar cuando sucede algo parecido para que me cancelen las tarjetas y evitar males mayores. Tampoco se han llevado el móvil, pero cuando lo saco del bolsillo y miro la pantalla, el tema de la cartera pasa a un segundo plano.
Las 09:30 AM.
Hace dos horas que tendría que estar en el trabajo intentando recuperar mi irrecuperable y nefasta imagen. La angustia consigue que mi estómago pegue un vuelco y tengo que abrir la puerta sin poder contener las arcadas. Luego, tras dejar un charquito con un sospechoso color de whisky perrillero, arranco a la desesperada y conduzco hasta la oficina en un último intento de solucionar el asunto, confiando en mi capacidad de improvisación sobre la marcha...
La expresión de Conchi la recepcionista no augura nada bueno. Es una chica rubia y risueña que por lo general recibe al personal con una sonrisa resplandeciente, pero hoy no enseña ni un diente en su boquita de piñón.
- Llego tarde -exclamo practicando la sonrisa jilipollas de Carlos que tan buenos resultados le da-.
-No me digas -contesta ella suspirando-...que vamos a hacer contigo...
Rebusca en su mostrador un papelito amarillo que me lee en voz alta tras emitir un suspiro.
-...no te lo voy a recitar al pie de la letra porque hay alguna cosa bastante grosera, pero esta nota del jefe viene a decir que si no vienes con un parte de baja en el bolsillo, el último acceso que se te permitirá al edificio será para vaciar tu mesa.
- Coño...¿no puedo hablar con él?
- No. Por lo menos no hoy. Está teniendo un día super-chungo. También han despedido a Carlos, tu compañero de planta, ya sabes.
- ¿A Carlos? -exclamo. Lo siguiente que me viene a la boca es "pero si estaba dispuesto a comerle el culo al Manolo", me logro morder la lengua a tiempo para preguntar- ¿Y eso porqué?
- Pregúntaselo tú mismo, ahí viene.
El ascensor acaba de abrirse para dejar salir a un Carlos sin afeitar, con una camiseta de Versace y unos pantalones de Gaultier, eso sí, pero cara de no haber pegado ojo en toda la noche. Al verme lanzó un pequeño gemido y dejó caer las bolsas de plástico que llevaba en las manos, sin duda los efectos personales que acababa de recoger.
- Tú... Ahora no quiero hablar contigo, en serio.
- Ni yo contigo. Pero tienes qué contarme que ha pasado si tu...-echo una mirada de reojo a Conchi que un poco más allá sigue la conversación con atención y bajo la voz-...quiero decir, tú y Manolo...
- Lárgate. Es todo culpa tuya -me suelta bajando el tono también él- Esta mañana el jefe ha recibido una llamada informándole de mi posible relación en algún tipo de fraude fiscal y lo primero que ha hecho ha sido ponerme en la calle para salvaguardar el buen nombre de la empresa. Y según dice tengo que darle gracias porque si además mueve el tema por la vía legal me pueden meter un paquete de cojones. Así que si vienes a pedirme el justificante famoso, pierdes el tiempo...Dios, estoy en el paro, ¿que voy a hacer?
Recoge las bolsas del suelo con aire derrotado y reemprende el camino hacia la salida. Yo le sigo al trote, susurrando:
- ¿Pero porqué es culpa mía? ¿Por no tragar con el Manolo aquel?
- Pues sí. -contestó deteniéndose para hablarme con la nariz casi pegada a la mía-Porque después de irte tú llamándole gordo se cabreó, dijo que eso no era lo que yo le había prometido, que pidió dos pollas y ahí solo había una aparte de la suya; entonces se puso chungo, me dijo que iba a tener que hacer mucho para compensarle y cuando ese tío dice "mucho", ese mucho me supera hasta a mi. Y mira que yo no soy nada remilgado...-frunció el ceño mirando al infinito como si le pasase por la cabeza algo desagradable de recordar y continuó-...total, que tanto se pasó que yo también dije que no, se puso como loco y allí mismo empezó a hacer llamadas a uno y a otro de sus contactos. El resultado, ya lo ves. En la puta calle. Así que no me calientes la cabeza, ¿vale?...Solo quiero meterme en la cama y dormir doce horas de un tirón.
Le veo alejarse calle abajo como si cargase con un gran peso sobre los hombros. Luego me vuelvo al interior, donde Conchi me dice adios con la mano, decido no perder tiempo y autoestima suplicando, y yo también me marcho.
Afuera la mañana es casi agradable de ver, brilla un tímido sol otoñal una vez se va levantando la niebla matutina, y la gente que va y viene a su ritmo acelerado habitual da la impresión de sonreir más que de costumbre. No tener un lugar definido donde dirigirme me hace sentirme un obstáculo en medio de la marea humana que fluye a mi alrededor, de pronto me siento un poco sin sentido en aquel lugar en particular y en el mundo en general. Vale que tengo resaca y acabo de perder el curro, es fácil sentirse un poco derrotista en estas circunstancias, pero saber la razón no evita que me sienta peor. No sé qué hacer ni donde acudir, no tengo con quien hablar ni a quien llorarle mis penas en ese preciso instante. No, no tengo nada que hacer, y quizás por eso pongo en práctica la idea absurda que me viene a la cabeza de repente, porque es mejor esa sencilla locura que seguir allí sin hacer nada en absoluto.
Entro en el primer bar que me encuentro y compro un bocadillo de jamón y una lata de cocacola con un puñado de monedas que me quedan en un bolsillo. Me lo sirve una chinita sonriente que al darme el cambio me dice:
- Que tenga un afortunado día, señor.
Es como un buen presagio. Vuelvo a la furgo y zoooom, enfilo la carretera rumbo al área.
Me resulta un poco extraño verlo a plena luz del día, con la oscuridad habitual que encuentro en mis visitas no había apreciado el paisaje circundante, en su mayoría praderas ondulantes y tierras de cultivo. El cielo es azul y blanco, y cuando detengo el motor puedo oir a los pájaros cantar en la media docena de álamos que rodean la zona y el murmullo de los coches que circulan por la autovía. Apenas son las once de la mañana, allí no hay nadie más que yo, pero eso no es problema. Busco una emisora de musica , luego salgo fuera, me quito la cazadora y dejo que el sol me caliente el rostro.
Sencillamente esperaré. Esperaré hasta que Ojos Azules decida regresar, porque ahora mismo es una opción tan buena como cualquier otra. Al menos por hoy.


martes, 13 de julio de 2010

5


Aprovechando un instante en que Manolo va al servicio durante mi tercer whisky, me acerco a Carlos, tiro de su corbata hasta dejar su nariz a un centímetro de la mía y siseo:
- ¿Se puede saber de donde has sacado a este ejemplar? No puedo creer que te lo estés follando voluntariamente con cierta frecuencia, a no ser que tenga secuestrada a tu madre y te esté amenazando con cortarle una oreja y enviártela por correo si no haces lo que él te pida.
- En realidad es él quien me hace a mi -responde Carlos en voz baja-Menuda polla tiene el tío, veo las estrellas....
Después, al ver que yo me quedo esperando una explicación, se sacude mi mano de su corbata y continúa:
- Vale...no tiene a mi madre secuestrada, pero sabe cosas...estuve haciendo unos chanchullos para blanquear las cuentas a un tío del hospital donde Manolo trabaja, un tío al que sí me follaba gustosamente, y no sé como llegó este otro a enterarse del asunto, el caso es que...
-...el caso es que te tiene pillado por los huevos, te ha pedido que te traigas de vez en cuando a un amiguito para pasarlo mejor y tu, que me aprecias, has pensado en mi. Joder, Carlos...Este tío no a a darme el papel si no se me pasa por la piedra, ¿verdad?
Carlos menea la cabeza apesadumbrado como si sintiese realmente el haberme metido en aquel follón y aventura:
- Vamos, también voy a estar yo. Como se suele decir, en peores plazas habrás toreado.
Con disimulo, aprovechando que la clientela del local ha aumentado y el espacio disponible es menor, me apoya el paquete contra la cadera y lo deja ahí hasta que termino por sentir el calor de su entrepierna. Muy a mi pesar, siento un hormigueo en el bajo vientre que me hace apretar un poco más contra el bulto que siento crecer ahí dentro, a la vez que mis palpitaciones se aceleran.
-...sabes que llevo tiempo pidiéndote una cita -dice en voz baja inclinándose sobre mi y poniendo una mano sobre mi hombro. Al hablar siento sus labios rozar mi oreja, y una ligera fragancia masculina que emana de la piel de su cuello-. Verás como podemos relegar a Manolo a un segundo plano.
Trago saliva antes de responder en un susurro acelerado:
- Y porqué no nos largamos ahora a toda hostia antes de que vuelva del servicio y evitamos el problema de aguantar al Manolo mientras nos lo montamos.
- Porque si no mañana ingresamos los dos en la lista del paro. Venga, si quedamos a gusto siempre podemos repetir otra vez los dos solitos, vamos a bandearnos al Manolo como buenamente podamos entre los dos, ¿eh?
A estas alturas él tiene la polla ya tan dura como yo y no puedo componer pensamientos coherentes, solo me encojo de hombros y le dedico una exagerada mueca de espanto que solo él puede ver cuando el tal Manolo vuelve y me da una palmada en el culo.
- Venga, deja de darle al frasco o no vas a estar operativo, guapo. ¿Nos vamos ya?...


...el apartamento de Carlos está desafortunadamente cerca, tengo el estómago revuelto en parte por el whisky y en parte por los nervios. Me siento como la primera vez que fui por la noche al Parque Lineal a buscar sexo con un extraño, la misma mezcla de pánico a lo desconocido y a la vez deseo turbulento. En aquella ocasión el primero que surgió de la nada y me arrastró a la penumbra también era un tipo muy poco atractivo, no tanto como Manolo pero desde luego sin el menor parecido a lo que yo esperaba encontrarme allí. Entonces pensé que no podría hacerlo, que no iba a empalmarme y que aquel tipo que olía ligeramente a alcohol y a sudor iba a decirme que a qué cojones había ido yo allí si no respondía como era debido. Pero no fue así, cuando me bajé los pantalones y cerré los ojos, no solo me empalmé como un burro, sino que además el individuo aquel me hizo una de las mejores mamadas de mi vida. ¿Como no volver después de aquello?...


Ahora solo era cuestión de saber si con la ayuda de Carlos iba a poder relajarme para que ocurriera lo mismo, o si iba a vaciar el contenido de mi estómago sobre los zapatos en ese preciso momento.
En el ascensor Manolo no se anda por las ramas, se aprieta contra mi y me agarra la polla por encima del pantalón. En su aliento flota el aroma de algo indefinible que me hace volver la cabeza a un lado, entonces Carlos me sujeta la barbilla y mete su lengua en mi boca llenándola de un regusto fresco y mentolado, pura gloria después de lo anterior. Gracias a eso el milagro tiene lugar, se me pone dura y Manolo rie bajito pensando que sus magreos están teniendo el efecto deseado. En realidad es el beso de Carlos y verle manosearse el miembro por encima del pantalon lo que consiguen que entre en materia.
"Venga, no va a ser tan dificil, campeón", me digo cuando el ascensor se detiene y los dos me sueltan de momento para ponernos en movimiento. "Céntrate en el idiota de Carlitos, y verás como antes de que te des cuenta estás de vuelta a casa con el justificante en el bolsillo."
El apartamento de Carlos consiste exclusivamente en un salón que alberga a un lado la cocina en plan barra americana, un baño y un dormitorio. La decoración es tan minimalista que me pregunto si de verdad vive allí o si es un piso que ha alquilado para la ocasión. Por la enorme ventana se ven las siluetas oscuras de los edificios en la noche entre las luces parpadeantes de la ciudad. Carlos llega hasta ahí para correr las cortinas diciendo:
- En la nevera creo que quedan cervezas, si es que os apetece tomar algo...
Manolo no da pie a muchos circunloquios, ya tiene los pantalones en los tobillos y zarandea una polla a decir verdad bastante grande, mientras pregunta:
-¿Quien va a chupármela primero? ¿O pensais hacerlo a medias?
Carlos y yo nos miramos, él debe entender lo que trato de transmitirle porque se arrodilla frente a él y empieza a meterse en la boca el instrumento sin quitarse siquiera la americana de encima. Manolo le agarra del pelo obligando a su cabeza a moverse hacia adelante y hacia atrás, jadeando. Parece momentaneamente olvidado de mi, de pronto me mira y dice:
- Vamos, a qué esperas. ¿No vas a echarle una mano?
Carlos abandona su tarea un instante para desembarazarse con rapidez de la chaqueta y los pantalones, que quedan hechos un bulto en el suelo. Al quitarse la camisa deja a la vista sus calzoncillos, Calvin Klein, por supuesto, que contienen a duras penas una gran erección.
...se me hace la boca agua. Manolo queda convertido en una sombra difusa al borde de mi campo de visión cuando me agacho frente a Carlos, tiro de su ropa interior dejando su pene al aire y lo dejo resbalar entre mis labios, llenándome de su sabor cálido y salado...
Esta es una situación que por descontado Manolo no va a permitir que se prolongue mucho tiempo. Se vuelve de espaldas, separa la hendidura peluda de sus nalgas con los dedos y ordena:
- Ya que lo haces tan bien, porqué no me comes un poco el culo a mi ahora.
Mi peor pesadilla materializada a los cinco minutos de empezar la función.
- No -respondo poniéndome de pie-. Yo no hago "eso".
Manolo se vuelve hacia mi con los brazos en jarras.
- ¿Como que "no haces eso"? Tu harás lo que yo te diga, por la cuenta que te trae.
- He dicho que no -insisto con firmeza. Creo que es el whisky el que me hace ostentar esos sólidos principios sin pensar en mi empleo.- No voy a comerte el culo.
- Ya lo hago yo, no pasa nada -exclama Carlos agachándose, pero el otro le aparta de un empujón y continúa mirándome desafiante-.
- No. Quiero que lo haga él.
- Muy bien -le contesto- Entonces aquí os quedais tú y tu culo apestoso. Adios, gordo.
Manolo mira a Carlos rojo de cólera mientras yo me voy dando grandes zancadas hacia la puerta. Oigo a Carlos gritar mi nombre pero solo lo que tardo en pegar un portazo tras mio, después salgo disparado escaleras abajo poseído de una euforia irracional, como si hubiese hecho algo valiente e inteligente y no cargarme mi futuro profesional en una buena empresa por un momento de escrúpulos.
Afuera me aguarda la noche cerrada y las calles casi vacías, ¿donde voy a ir?
Al área, por supuesto. Porque algo me dice que hoy voy a encontrar allí a Ojos Azules, y que esta vez voy a darle buenos motivos para volver al día siguiente...


...pero no es así.
Esa noche el área está vacía, seguramente gracias al coche de la guardia civil que se encuentra aparcado a la entrada casi como si estuviese recogiendo las entradas. De todos modos entro, aparco en la oscuridad y paso un largo rato allí sentado dejando que las sombras me empapen el ánimo, hasta que uno de los agentes golpea el cristal con no muy buenas maneras, me apunta con la linterna en la cara y pregunta:
-¿Le ocurre algo?
Niego con la cabeza y permanezco allí sentado aferrando el volante con obstinación, haciendo que el tío se de media vuelta mascullando por lo bajo. Habla con su compañero que está unos pasos más atrás y regresa de nuevo, ahora sin linterna.
-¿Hacia donde se dirige?
-A ninguna parte. He salido a dar una vuelta con el coche nada más.
-Ya...-casi puedo oirle una risilla al añadir- Está un poco muerto hoy esto, ¿eh?
Su compañero lanza manifiestamente la carcajada, y yo agradezco la oscuridad para que no me vean enrojecer hasta las orejas, temblando de vergüenza y también de indignación porque, de alguna manera, me estoy sintiendo humillado.
Arranco y salgo disparado con un chirrido de neumáticos, sin mediar palabra.
Salgo en dirección a ningún lado, nada más a conducir en la noche con la mente en blanco hasta que el sueño y la sensación de soledad me agotan y enfilo por fin de vuelta a la ciudad...

jueves, 8 de julio de 2010

4


El atardecer se derrumba violento una vez más sobre la ciudad, llenándola de azules fríos y sombras. Una vez más la gente corre a sus casas como si el infierno fuera a desatarse esta noche sobre las calles, como si ese cielo inhumano fuese a caer sobre ellos con la ciega furia de los amantes despechados.
Tras los cristales he desafiado la tarde envuelto en una bata y bebiendo café mientras pensaba en la cita con Carlos, hasta donde esperaba llegar él y hasta donde iba a llegar yo.
A ratos, solo a ratos, he pensado en el área y en las probabilidades de encontrar de nuevo allí a Ojos Azules. No es que me haya enamorado ni que me resulte imposible sacármelo de la cabeza, es más bien la frustración que siente el cazador cuando una presa se le escapa por poco. Cuando esta era especialmente suculenta, no puede reprimirse el impulso de volver al mismo lugar donde se la vio por última vez, esperando verla aparecer y no cometer los mismos fallos. En este caso, no cabía hablar de fallos por mi parte, todo lo más un poco de impaciencia, porque seguro que una vez tuviese los pantalones en los tobillos, habría encontrado la forma de que Ojos Azules se olvidara de romanticismos y se centrara en lo que estábamos haciendo.

Pero mi mismo instinto y mi conocimiento de la situación me dicen que no he de preocuparme, que la ocasión se dará de nuevo.Porque aunque el primer intento no sea bueno, una vez que como Ojos Azules se ha reunido el valor suficiente para ir y bucear en la noche en busca de otras manos, siempre se repite.Y se vuelve a repetir. Si sale bien, porque ha estado bien. Y si sale mal, porque siempre se tiene la esperanza de encontrar algo mejor. Así es el área.

Cuando falta poco para la hora de mi cita, comienzo a prepararme, cuidando los detalles para joder un poco la paciencia a Carlos: en primer lugar, escojo los vaqueros más hechos polvo y desgastados del armario, una camiseta en consonancia, la cazadora de cuero vieja de mis tiempos de universitario reinvindicativo, en resumen, todo lo necesario para poner los pelos de punta al "yuppie" relamido que es mi compañero de trabajo. Después calculo el tiempo para llegar veinte minutos tarde al pub elitista del centro donde hemos quedado a tomar esa copa previa a ir/no ir a su apartamento: además de "yuppie" y relamido, es un fanático de la puntualidad, y sé que pasados cinco minutos de la hora ya va a estar colgado de una lámpara pensando que le he dado plantón.
Al final no son cinco, son tres, porque es en ese momento cuando empieza a zumbar furiosamente mi móvil, intentando contactar conmigo para saber donde cojones estoy y cuanto voy a tardar, supongo...
No le sirve de nada, llego a la hora proyectada-esto es, tarde-, y me les encuentro a él y a su amigo sentados en la barra del bar, rodeados de niñas pijas con un pie en el umbral de la anorexia y chulitos con ropa de marca y sonrisas deslumbrantes. El sitio huele demasiado a colonia cara y la decoración desprende un regusto a modernidad un tanto frío e impersonal, pero debo ser el único que lo ve así porque todo el mundo parece allí encantado de estar dentro, dentro del local y dentro de sus propios pellejos. Hasta el amigo de Carlos parece contento consigo mismo, a pesar de que sus morros dan un nuevo significado a aquella frase de "sus labios eran como dos tiras de carne cruda". Sin duda es el único allí dentro que no pasa dos horas diarias en el gimnasio, posee una barriga descomunal que rebosa su cinturón, y en sus ojillos inyectados en sangre y rodeados de bolsas flota una concupiscencia que induce a pensar en que puede hacer tantas guarrerías como se me puedan ocurrir ahora mismo y quizás alguna más.
A su lado Carlos, enfundado en un perfecto traje gris de Armani resulta un dios griego en comparación, a pesar de su permanente sonrisa de jilipollas.
-Por fin -exclama casi con alivio al verme aparecer, poniéndose de pie- Estabas ya casi con una orden de busca y captura.
-Se me hizo tarde arreglándome -respondo con una sonrisa llena de dientes-.
Carlos contiene de modo visible la barbaridad que le viene a la boca mirándome de arriba a abajo con una sonrisa parecida, luego tiende una palma abierta hacia su amigo como si fuese algo reseñable y anuncia:
- Este es Manolo. Manolo, este es el compañero de la oficina del que te hablé.
Manolo salta de su taburete al suelo y queda con su nariz a la altura de mi esternón. Tiende una mano regordeta con uñas largas y no demasiado limpias que le estrecho con cara de haberme atragantado con un hueso de pollo.
-Vamos a pasarlo muy bien los tres -susurra Manolo y viniendo de esos labios suena como una amenaza que me llena de un desmedido pánico-.¿Quieres tomar una copa o nos vamos ya al lío?
Miro a Carlos incrédulo, él acentúa su sonrisa jilipollas encogiéndose de hombros con un gesto de "qué puedo hacer yo" y anuncio:
-Tomaré una copa primero. Un whiskito.
Manolo demuestra con un resoplido su frustración y vuelve a trepar a su taburete, mientras yo le contemplo pensando qué favor puede deberle Carlos a este elemento para dejarle que le ponga las manos encima y de rebote querer que me las deje poner yo también. Además algo en la expresión de Manolo me hace adivinar que no va a darme ese justificante así como así, que voy a tener que ganármelo con mucho sudor por mi parte.
¿De verdad me interesa tanto ese trabajo como para pasar por el trance de ver a Manolo sin ropa ? ¿Tanto como para ver ese culo de cerca a escasa distancia de mi cara?...
Cuando Carlos me tiende el whisky lo agarro, me lo bebo de un trago y digo:
- Ya vamos entrando en calor. Otro par de ellos y estaré listo para lo que sea.
Manolo rie palmoteando el mostrador y yo rezo por la salvación de mi alma pecadora...

miércoles, 7 de julio de 2010

3



Un momento antes de despertar estoy soñando con los dedos de Ojos Azules enredados en mi pelo, no sé si es eso lo que me hace pegar un salto en la cama con el corazón un poco acelerado y la inquietante sensación de que él, el desconocido, estaba ahí hace un instante.
Luego miro el reloj y pego un grito.
No solo es tarde, es la hostia de tarde. Debería estar en el trabajo hace un cuarto de hora.
Me visto a toda leche con la misma ropa que llevé al área por la noche esperando que Toni hiciese el trabajo fino de costumbre y no llevar ninguna mancha sospechosa en la bragueta. Como era de esperar, paso diez minutos buscando el puto maletín que tiré de cualquier forma por la tarde, y otros tantos intentando localizar el teléfono móvil convencido de que tienen que haberme llamado más de una vez para saber donde cojones estoy. Le encuentro cuando empieza a zumbar entre los cojines del sofá y contesto mientras bajo las escaleras de tres en tres.
Es Carlos, un compañero de la oficina al que me une una poco saludable amistad basada en la mutua dependencia por los secretos compartidos. Una noche de calor en la que entré en los servicios de la estación de autobuses sin más intención que la de aliviar la vejiga y refrescarme un poco, me le encontré saliendo de un retrete con un muchacho colombiano, los dos bastante sudorosos y colocándose los pantalones. Tuve que contener la carcajada porque Carlos es el típico jilipollas engreido que siempre habla en voz alta y trata de hacerse el machito con las chicas, y al darse de bruces conmigo creo que estuvo a punto de desmayarse a juzgar por su cambio de color. Esa noche el muy capullo aprendió los peligros que entraña ese tipo de actividades en ciudades pequeñas como la nuestra...y tan solo un par de semanas más tarde lo aprendí yo, cuando él me sorprendió a mi otra noche mientras un tio me comía la polla entre los matorrales del Parque Lineal, otro de los puntos "oficiales" de contacto. Esto nos obligó a una cierta complicidad, forzada en mi caso porque nunca me había caído demasiado bien, la cual se forzó todavía más cuando en una ocasión al salir de trabajar más tarde de lo habitual intentó convencerme de que nos lo montásemos en los lavabos de la oficina.
-Ni hablar. ¿No sabes aquello de la olla y la polla?
-Venga, joder. No me hagas salir a dar tumbos por ahí esta noche. Si quieres nos vamos a mi casa.
-No. Búscate la vida por ahí o hazte una paja, qué se yo.
-No seas capullo. Ya que los dos lo tenemos claro, vamos a llevarnos bien, ¿no te parece?
- Precisamente por eso, para llevarnos bien -insistí con una firmeza que no me conocía en este tipo de cuestiones-. He dicho que no.
-Entonces tendré que seguir tu consejo -respondió el muy imbécil-.
Y sin más preambulos, aprovechando que eramos los últimos en salir de nuestra planta, se sacó el aparato ahí mismo y empezó a meneársela hasta correrse encima de mi mesa de oficina.
-Espero que algún día te decidas a colaborar, porque como esta cabezonería tuya se repita voy a ponerte la mesa hecha un cristo-dijo a modo de despedida-Pero no soy rencoroso, te daré otra oportunidad. O si no, la próxima vez apuntaré al teclado del ordenador.
A raíz de aquello la tensión sexual entre Carlos se convirtió en un asunto sin resolver, y digamos que es además de los secretos compartidos otra razón que nos une y nos mantiene en un interesante tira y afloja. Quiero creer que mi orgullo va a mantenerse en pie pero, como ya dije anteriormente, si un día me encuentra muy desesperado, quien sabe lo que puedo llegar a hacer...
- Ya sé que llego tarde -le contesto ahora- ¿llamas para alegrarte del paquete que me van a meter?
- El paquete técnicamente deberían habértelo metido ya porque hace quince minutos que empezó la reunión en la cual tendrías que haber presentado ese informe que te llevan pidiendo hace dos semanas... -responde con el tono alegre del que cuenta buenas noticias-. De todos modos, te he salvado el culo, me debes una.
- ¿Como que te debo una? No quiero deberte una -gruño. Al salir a la calle veo que llueve torrencialmente, la ciudad es una mancha borrosa tras la cortina de agua.- La que está cayendo, Dios.
- Pues no te molestes en salir de casa -dice y noto un retortijón de tripas al verme mentalmente en la calle y sin empleo. El muy cabrón hace una larga pausa dramática que me deja sin aliento antes de continuar-...no, no te han echado, aunque es posible que tengas que dar algunas explicaciones. Les he dicho que me has llamado hace una hora para avisar de que te encontrabas mal y no ibas a poder venir a trabajar hoy.
-...¿que me encontraba mal?...¿y como voy a justificar eso?
- Tranqui. Tengo un colega...-ahora baja la voz y continua en tono cómplice-...bueno, "colega-coelga" tampoco es, me lo follo esporádicamente cada diez o quince días...este tío trabaja en la administración del hospital y puede conseguirte un papelito que diga que has pasado por las urgencias domiciliarias esta mañana, con eso el jefe no podrá decir ni pío.
Vuelvo al portal, en parte aliviado por no tener que salir al aguacero de ahí fuera, por otro lado preocupado por lo que Carlos me va a pedir a continuación.
- Bien, y qué se supone que tengo que hacer a cambio. ¿O solo lo has hecho porque me aprecias y no quieres verme en problemas?
Carlos rie sonoramente con su irritante estilo habitual.
- ¡Que mal pensado! Pues claro que te aprecio y no quiero verte en problemas...pero no me cabe duda de que vas a corresponder a mi generosidad aceptándome una invitación.
-¿Una invitación a qué? ¿a chupártela?
-Tsk-tsk-tsk. Estas siendo grosero. Si crees que me estoy aprovechando de ti, lo dejamos. Eso sí, lo del justificante hospitalario quedará cancelado y tendrás que buscarte la vida para ver qué le cuentas al jefe.
-¡Pero eso es un chantaje, joder!
- Jajaja -nueva risotada prepotente- Vale, un poco sí. Pero no te voy a pedir que hagas nada que no quieras hacer, nada más es que vengas a cenar esta noche con ese amigo del hospital y conmigo. Tomamos una cerveza y luego cenamos en mi casa, nada más. Todo muy inocente.
Estoy atónito ante lo que estoy oyendo.
-¿Me estás proponiendo un trío?... ¿te vengo diciendo hace no-sé cuanto tiempo que no me lo quiero montar contigo y ahora me pides que lo haga contigo y además con un amigo?
- Venga coño. Te he conseguido un día de fiesta por la jeta además de salvarte el culo en el curro ¿y me lo agradeces así?...No dramatices: tu nada más vienes, tomas la cerveza, y te juro que si no te apetece te dejo que te largues sin cenar pero con el justificante en el bolsillo. ¿Qué me dices?

Tengo que decir que sí, claro...

martes, 6 de julio de 2010

2


"El área" es justo eso, un área de descanso en mitad de una autovía, un lugar pensado para que los viajeros puedan detenerse, refrescarse y echar una cabezada si los asalta el sueño en mitad de un largo trayecto. Mis semejantes, los seres nocturnos que andamos a la caza de unos minutos de sexo anónimo y sin complicaciones, lo hemos transformado en un punto de encuentro, en un territorio en el que rondar, acecharse y, cuando es necesario, saltar sobre la presa y actuar sin compasión ni sentimientos. Y es esa frialdad la que lo hace más excitante, ese deshumanizar el acto y hacerlo tan exclusivamente carnal lo que consigue que sea tan satisfactorio.
Cuando entro en el área ya es noche cerrada y tengo la polla que no me cabe en los pantalones, así que casi me pongo a gritar de frustración al no ver un solo vehículo aparte del mio en el lugar.
Después me doy cuenta de que estoy equivocado, hay otro coche más, un seat Ibiza blanco de los antiguos aparcado muy cerca de la salida, casi oculto en la curva que hace la carretera antes de reincorporarse a la autovía. En el área no hay iluminación, la oscuridad es total, pero a la luz de los faros puedo ver que el ocupante del vehículo está sentado informalmente sobre el capó, de espaldas a mi. Cuando oye el ronroneo de mi motor al acercarme, se vuelve y puedo atisbar una mirada clara refulgiendo en la penumbra. Se incorpora, le veo secarse la palma de las manos en los vaqueros como si estuviera nervioso, y antes de detenerme y apagar las luces, me dedica una sonrisa.
Joder, está bastante bueno. No es el tío del escaparate, pero ocupa un buen lugar en el ranking de lo que me he follado yo en este sitio.
Al bajarme yo del coche una brisa nocturna abre las nubes y la luna alumbra debilmente la escena. El desconocido da un paso hacia mi, todavía con esa sonrisa, pero no se acerca más.
-¿Quieres subir a mi furgo? -le digo- Atrás hay bastante sitio.
Carraspea ligeramente antes de responder.
- No sé -luego añade en tono casi humilde-...es mi primera vez.
Lanzo una carcajada silenciosa. No me suelo enredar charlando con mi presa, pero no puedo evitar preguntar:
- ¿La primera vez que vienes aquí o la primera vez que estás con un tío?
- La primera vez aquí -responde con rapidez, pero algo en su tono me hace pensar que es la primera vez en todo-.
- Bien, pues relájate y disfruta, solo se trata de eso.
Me acerco a él con pocas contemplaciones y le empujo hacia atrás hasta aplastarle con mi peso contra el seat, mientras una de mis manos va derecha a la entrepierna de sus vaqueros.
A pesar de los nervios, él también está empalmado, lo cual me alegra, como no.
Así, tan cerca, siento su aliento cálido contra mis labios, y sus ojos claros se me juntan casi en uno solo. También noto contra el pecho el latido de su corazón, rápido y poderoso.
Espero que a su vez él me agarre el culo o algo así, pero en su lugar entrelaza las manos en la base de mi espalda, quizás piensa que vamos a ponernos a bailar como dos enamorados o algo parecido. Me revuelvo un poco logrando deshacerme de sus brazos, después me acuclillo ante su bragueta y digo:
- No estás relajado. Pero vamos a hacer algo para arreglarlo.
Él no dice nada, solo coloca sus manos de nuevo sobre mi, una sobre mi hombro izquierdo y la otra empieza a acariciarme el pelo con suavidad. Demasiado suave para mi gusto.
- Escucha -le digo desde mi desventajosa posición- No hagas eso. Solo vamos a chupárnosla, yo a ti y luego espero que tu me devuelvas el favor a mi. No hace falta que finjamos que nos gustamos, ¿vale?
"Vale", responde tras tragar saliva de un modo que me hace oirlo a pesar de estar con las orejas frente a su bragueta, y veo caer sus manos una a cada lado de sus muslos, apoyándose en el coche. "Vale" nada más, pero algo me ha jodido en ese "vale", es un "vale" que ha sonado herido, como diciendo "no creía que fuese a ser así, de lo contrario jamás hubiese puesto los pies aquí" o algo similar. Un "vale" que no sé porqué se lleva por delante mi erección y mis ganas de hacer nada.
Menuda mierda.
Me pongo en pie sin haber hecho siquiera amago de bajarle la cremallera del pantalón y me vuelvo para mi coche sin decir palabra.
- Espera -le oigo decir- ¿He hecho algo mal?
En realidad no puedo explicarle qué es lo que ha hecho mal porque decirlo en voz alta me suena tremendamente estúpido, y porque no hay explicaciones que valgan, esto no tenía que haberse complicado de esa forma tan absurda.
Otro coche entra derrapando en el área y termina parado detrás del mío. Es Toni, un gordito con el que he coincidido alguna vez más y que me hace unas mamadas de fábula. Así que me vuelvo a Ojos Azules y le digo:
- Estaba esperando a este amigo. Otro día será.
Y me monto en el asiento del copiloto de Toni, que tras mascullar un "qué pasa, tío" se reclina sobre mi entrepierna como debe ser y empieza a forcejear con mis calzoncillos.
Aún así no puedo evitar lanzar otra mirada fuera y ver al desconocido meterse dentro del Seat y arrancar, para alejarse muy despacio, casi como si el mismo coche estuviese de algún modo apesadumbrado..
Luego Toni alcanza su objetivo y cierro los ojos, olvidándome del tío, del curro y de los cielos de invierno pintados de azules violentos.

( Imagen: "Black and White profile", de Troy Caperton )

lunes, 5 de julio de 2010

1


El cielo tiene ese color azul desesperado de principios del invierno que al mirarlo te llena de oscuridad por dentro y hace que incluyas entre las opciones de "como emplear el tiempo esa noche" el coger el ascensor, subir a la azotea y saltar como el que se tira a la piscina, de cabeza y cogiendo impulso. Quizás por eso mis conciudadanos corren por las calles sin levantar la vista del suelo, temiendo que los ojos se les llenen de ese azul suicida y se vuelvan un poco locos por dentro.
Yo estoy parado frente a un escaparate de ropa interior masculina, viendo la ciudad reflejada en el cristal con un diseño de hombres perfectos y desnudos como fondo; las manos hundidas en los bolsos de una gabardina demasiado ligera y la espalda encorvada, como si aquel deprimente crepúsculo de verdad me pesara sobre los hombros.
He tenido un día de mierda, todo lo que podía salir mal ha salido peor, y la semana no ha hecho más que comenzar. Mañana tendré que levantarme pronto para llegar antes a la oficina e intentar enderezar al menos un poco el desastre de hoy.
"Pronto" se me ocurre que pueden ser las seis, lo cual constituye otra razón más para considerar con interés la opción de practicar salto olímpico desde la azotea...
Uno de los chicos, que posa tumbado sobre sábanas revueltas con un slip que resulta turbadoramente blanco sobre el vello oscuro de su vientre y sus muslos, parece sonreirme como si quisiera sugerirme otra alternativa.
"Vente al área".
Sin duda él no va a estar allí, la mayoría de los tíos como él no necesitan acudir a esos sitios, imagino. Por lo menos yo no los he visto. Pero la posibilidad de encontrártelos un día es una más de las razones para que la idea del área sea, a fin de cuentas, una idea cojonuda. Una más, pero la fundamental es que un buen polvo siempre ha conseguido levantarme un día por malo que este haya sido y por muy azul trágico que quiera ponerse el cielo de la tarde. Asi que echo un rápido vistazo al reloj de pulsera, todavía no son las ocho, y me pongo en movimiento.
De allí a mi casa apenas hay diez minutos de paseo que hago andando deprisa y chocando de vez en cuando con gente anónima sin disculparme, con la cabeza llena de fantasías en las que el tío del escaparate me espera en el interior de una furgoneta con los pantalones en las rodillas y una expresión lujuriosa en el rostro. Al llegar a mi apartamento ( piso catorce, dos por debajo de la mencionada azotea, no necesitaría ni tan siquiera coger el ascensor, pero definitivamente ese asunto ha quedado apartado de mi mente ) ya voy del todo empalmado: tiro el maletín a una esquina del salón sin mirar en donde cae, cojo las llaves de la monovolumen y me salgo otra vez cagando leches.
Me temo. Me temo estos días en que voy tan necesitado, porque me acabo follando lo primero que pillo y luego paso un rato un poco avergonzado de mi mismo y preguntándome como he caido tan bajo una vez que la cosa ha terminado y veo largarse al tío de turno. Porque no siempre voy al área igual, hay veces que llego lo bastante sosegado como para hacerme el loco ante algunas propuestas y aguanto hasta que aparece alguien que de verdad me pone más allá de lo que tenga unos centímetros por debajo del ombligo. Otras, las menos, no veo nada que me guste y me vuelvo a casa a practicar el saludable arte del sexo solitario, un poco mosqueado conmigo mismo por ser tan exquisito pero eso sí, conservando intacta mi autoestima. Pero los días como hoy...
Cuando salgo de la ciudad rozando el límite de la velocidad máxima permitida, la noche se está comiendo el cielo de repente, como se esparce una gota de tinta en un vaso de agua.
No hay estrellas a la vista, tampoco veo la luna.
¿Y a quien le importa la luna ahora...?